Al leer el texto la Aventura de ser Maestro, me vino a la memoria algunas consideraciones que considero muy indispensables e importantes para retomar.
La mayor parte de nosotros cuando nos describimos en nuestra labor, lo hacemos siempre pensando en un ideal que hemos concebido de cómo debemos trabajar, enfilados exclusivamente al área cognitiva, pensando que esa es nuestra labor: enseñar conocimientos tal y como a nosotros no los enseñaron. Ahora veo qué distantes estamos de la realidad magisterial.
Debe ser extraordinario llegar a verse y sentirse como un maestro humanista. Creo que para lograrlo debemos en primer lugar despojarnos de ese membrete académico que pesa como una losa, porque así lo queremos sentir, el ser maestro. Atinadamente lo reafirma Esteve, cuando expresa que debemos ser guías, facilitadores, seres humanos que tienen la encomienda de ayudar a formar a otros humanos. Sin embargo en cada uno de los que tienen esta noble pero difícil labor, queda buscar y encontrar situaciones y experiencias innovadoras que marquen la diferencia en este siglo, donde los alumnos esperan algo nuevo de cada profesor y que en muchas de las veces, tienen más cerca el conocimiento que los propios docentes.
A pesar de enlistar algunas insatisfacciones en mi trabajo anterior, a través de esta lectura entiendo que uno mismo se limita y se margina en la medida en que se enfrenta a ellas. Más no debe ser así, por el contrario, siempre hay que estar dispuesto a sortear cualquier adversidad institucional para adoptar un propio estilo de identidad profesional afín a las necesidades y exigencias que en la actualidad se manifiestan. Creo que en esta apartado se resalta la importancia de dar más de lo que debo dar para lograr el bien de nuestros alumnos. Cabe hacer mención que en mi muy personal manera de pensar llevo siempre pendiente un lema coloquial: “todos somos del monte, más nunca seas del montón”. Con ello quiero indicar: “sencillamente sé tú mismo”. Demuestra el potencial que tienes y puedes sacar para ser diferente al ideal que las instituciones educativas han estereotipado de antaño.
Lo anterior es muy notorio en este subsistema educativo, al menos en mi escuela, ya que se observa que muchos docentes no cuentan con el perfil profesional idóneo para la docencia; se percibe en ellos que cuentan con conocimientos exactos y precisos en su área respectiva, sin embargo se han encasillado a un sistema de enseñanza que, en la mayor parte de las veces, prefieren seguirlo con tal de no dar un poco más de su tiempo para encontrar mejores maneras de aportar lo que saben a sus alumnos de una forma grata, sencilla y “humana”. Tal vez han perdido de vista que ellos también fueron alumnos.
Esta lectura me hizo recordar situaciones que vivimos a diario en nuestras escuelas; por ejemplo, es común ver cotidianamente que algunos docentes sacan de sus clases a ciertos alumnos, argumentando que no cumplen, son flojos, son indisciplinados, no atienden, entre otros; lo único que van logrando es relegar mucho más a estos estudiantes, en vez de ayudarlos. Al ver esta situación me hago una serie de preguntas (ojalá y quienes estén en esta situación las puedan reflexionar consigo mismos): ¿Será que el docente no acepta que no todos los alumnos tienen las mismas maneras de entender el conocimiento?, ¿Las clases que imparte el docente, llevan dosis de motivación?, ¿Qué hace posteriormente el docente al respecto, cuando él mismo está condenando al alumno?, ¿Será su estilo de enseñanza lo que no favorece el aprendizaje y la atención de sus alumnos?, ¿Conoce las razones por las cuáles el alumno se comporta de esa manera?. En fin, estas y otras cuestiones deberíamos considerar y aceptar las respuestas para lograr un cambio (a mi juicio el más importante): la actitud del docente.
Dentro de las dificultades que todo docente puede manifestar implícitamente, es sin duda la forma de expresarse tanto oral como escrita. Qué triste es “escuchar” a un docente con muy poco léxico adecuado, además de impropio, o sencillamente evita hacerlo. Para mí la razón por la que no se desarrolla esta habilidad (comunicación) se debe a que en la mayoría de las veces los docentes no practican la lectura, argumentando: “de mi asignatura, se lo básico, lo que debe saber el alumno”. En lo personal opino que cuando se vive esta situación, llamaría al docente “técnico en determinada área”, ya que dista mucho de ser llamado y reconocido como un profesional en la educación: maestro.
Me llamó mucho la forma de tratar la disciplina como uno de los problemas que se enfrenta el docente novato, ya que todavía existen muchos maestros que, a pesar de sus años de experiencia, no lograr obtener una adecuada disciplina aúlica. La poca experiencia personal, tanto vivida, compartida y vista, me han hecho precisar que la disciplina no se impone, sino que es un proceso que se da paulatinamente en la labor educativa y que lleva como primer ingrediente la forma de comportarse del docente frente al grupo. Cuando esta disciplina se da por convicción se logran resultados inimaginables por parte de los alumnos. Ojalá y no adoptemos la postura de aceptar que “así como me educaron mis maestros, de la misma manera lo voy a hacer”. Recordemos que los tiempos cambian y ninguna generación es igual a otra. Antiguamente se escuchaba: “las letras con sangre entran”. El rigor estaba a la orden: “O cumples o cumples, no hay más”. Todo era por obligación.
Quiero terminar este análisis retomando las palabras tan maravillosas de Esteve: vivimos en la era del pensar y del sentir. Compañeros, pongámonos las pilas y demos lo que se merecen las personas que confían en nosotros, lo que estamos formando, los que esperan mucho de nosotros y que en un futuro no muy lejano, serán los que dirijan los destinos de nuestro país: nuestros alumnos